Conocimos la vida
sin su nombre
y fue que la miramos
con los ojos del tacto
cuando apenas nacimos.
Miramos con la lengua
precisando sabores que gustamos
y miramos la flor en sus olores.
Y la lluvia y el mar
y la voz de mamá,
el graznido del pájaro,
y el maullar de un gato
al oírlos miramos
para pertenecerles.
Así son los sentidos:
un infinito cruce de infinitos caminos,
corazones complejos sensitivos,
nudos articulados,
vigías del camino,
miradas encontradas
sin nombres ni apellidos.