Escrito el martes 7 de abril de 1992, 6.30 p.m. / Transcripción: miércoles 13 de enero de 2021. #YoMeQuedoEnCasa
Sobre mi paisaje, ese escenario que veía al abrir los ojos, caminar por las calles, o buscar en el horizonte sus volcanes, siempre dije que era mi patria. Una patria sentida desde mi cuerpo, un montón de vida que me pertenecía y que se expresaba en formas, movimientos y sentimientos. También me ha pertenecido mi mamá, mi papá, mis hermanos y mis hermanas. Un día de 1978 empecé a decir mi hijo y, muy pronto después de ese momento, mis hijos. Estas son mis pertenencias, ahí estoy matriculada, esto ha sido todo, esto es todo. Soy ese cuerpo, ese suelo, esa gente. Son los mis que he pronunciado con propiedad.
Otras personas y otras cosas me han rodeado y acompañado en trayectos cortos o largos de mi camino, no me poseyeron y no los poseí. Cuidaba mis palabras para que expresaran esta realidad. Al referirme a mi marido siempre lo hice como a el compañero con el que vivo (o algo parecido); para hablar del lugar donde vivía decía la casa que habito y el vehículo era, en mi léxico, el carro que utilizo. Quería vivir desarraigada, no poseer a las personas para que me amaran en libertad y sintieran en mi vida su territorio; no poseer a las cosas pensando que eran efímeras y que con su bondad era suficiente cada día. No obstante, tenía una identidad fuerte, aún en mi desarraigo.
En este éxodo que me ha traído a la Suiza centroamericana, mi miseria ha llegado lejos. De todos esos mis, sólo mis hijos están conmigo y creo que por ello, han surgido un montón de otros mis que pronuncio a veces con cierto sarcasmo y otras con deseo de que esa pequeña partícula posesiva me regale un horizonte, un lugar, una identidad, un espacio propio, una verdad. Es un afán de tener algo, de compensar grandes ausencias. Esto es migrar, me digo.
Y me rio descubriéndome con advenedizos mis. Y, por ejemplo, digo que tengo una abogada en San José y un abogado en Managua; una ginecóloga en Managua y un ginecólogo en San José y, finalmente, un psicólogo en San José. ¡Qué impresionante! Estas personas son mi abogado, mi abogada, mi psicólogo…. Y con ellas intento que esta vida rara no me tumbe para sobrevivir cada día, con un mínimo de decencia, ante mi espejo.
El abogado de Managua atiende la casa que quedó allá con otra gente y ahora lleva un juicio para que desalojen después de siete meses de no pagar la renta; la abogada de San José tiene en sus manos la naturalización de Enrique y mi divorcio.
Debo decir aquí que con mi divorcio estoy feliz. Me identifico mucho con la palabra que, me parece,
me dará un status merecido o algo así como un título ganado en muchos años. Divorciada significará muchas cosas: que amé, viví, aposté, cambié, tengo historia, puedo volver a amar y, sobre todo, significará que quiero ser amada, que doy la oportunidad. Divorciada significará horizonte y proyección, perspectiva y esfuerzo, búsqueda. Significará que sé cerrar un libro y colocarlo, con ternura, en su lugar exacto cuando ya he leído el último capítulo.
Aparte de las dos veces que por razones de embarazo estuve en control ginecológico, es todo este dolor juntado el que me llevó hasta una ginecóloga de Managua que no supo que mi inexplicable dolor menstrual era la protesta de mis ovarios ante un desamparo que no entienden. Me dijo cualquier cosa, no acepté pastillas y seguí con mi regla dolorosa hasta que mi cuerpo comenzó a hacer alianzas, negociar espacios, convivir consigo mismo. Pero quiero decir que me ha encantado siempre, allá en Managua y acá en San José, que después de examinarme con cuidado me digan su útero está sano, no hay ningún problema, la felicito, usted puede usar el método anticonceptivo que más prefiera. Esa frase me remonta a mi escuela primaria y secundaria cuando cada mes que entregaban el boletín de notas me decían muy buenas calificaciones, la felicitamos. Se forma una atmósfera de buena comunicación con la ginecóloga o el ginecólogo, a pesar de que son personas que trato por primera vez y en ningún caso veo más de tres veces. Pareciera que por tratarse de examinar una parte tan íntima salto apresuradamente niveles de comunicación y supongo que ellos lo saben y entienden mi momento. Siempre es una experiencia complicada y vencer el primer instante me cuesta. Desnudarme y quedarme así un rato, aún con la bata que me ponen, en mi historia está ligado a mi sensualidad y entonces trato de no hacer una ruptura tan violenta con mi cuerpo y de disfrutar el examen ginecológico o, al menos, de no sufrirlo: me relajo para que nada me duela ¿y que tiene que dolerme? La palpación de los pechos es tranquila, no tengo ningún problema y una vez superado el trance de abrir las piernas y ponerlas en estribos que el médico abre mecánicamente en el ángulo que necesita, ya pasó todo. Empiezo a conversar y pregunto exactamente por el color que tiene mi útero, la densidad de la humedad de mi vagina y la ubicación de mi dispositivo intrauterino. Desde mi embarazo de Juan Luis aprendí a decir cómo quería ser tratada y qué cosas me molestan y eso, en mi caso, siempre tiene que ver con el proceso de comunicación y no con el examen técnico. Por ejemplo, siempre tengo que solicitar que me hablen mientras me examinan y que me expliquen qué parte de mi cuerpo están tocando. Y si el examen es muy minucioso, por favor, cuénteme de su vida doctor, o de su trabajo, les digo. Siempre hay risas mutuas. Nunca olvidaré a Mauricio Salazar, amigo de mi hermana Ileana, ginecólogo nicaragüense que me atendió en la cesárea de Enrique y con quien pasé conversando toda la operación: o me iba indicando qué hacía conmigo y con mi bebé o me contaba aventuras amorosas de su vida. Reí con ese hombre y consiguió de mí una recuperación alarmante: antes de 24 horas yo estaba de pie observando a Enrique que fue metido en una incubadora dentro de la habitación donde yo estaba en una clínica privada de León.
Sobre el psicólogo en San José ya he escrito. ¿Quién es en mi vida? Una presencia buena y para siempre ligada a mis procesos locos, dolorosos y respetables: mis sentimientos. Hay diferencias sutiles y evidentes: cuando busco un abogado busco un abogado; igual con un ginecólogo, pero cuando busco un psicólogo…. ¡qué raro! busco protección.
Bueno, me perdí. Estos son mis mis. ¡Imagínense qué pobreza! Mis utópicos mis, mis divertidos mis. Me aferraré a ellos agradeciéndoles que me ayuden a vivir este destino.