Acuérdate de Acapulco…

“Acuérdate de Acapulco / de aquellas noches / María Bonita, María del alma
Acuérdate que en la playa / con tus manitas las estrellitas / las enjuagabas” 
Agustín Lara (1897-1970) fragmento de la canción María Bonita.
A los 13 años de tu muerte, Abelino.

Maria Bonita 3Cuando terminaron de cenar con una agualotosa sopa de fideos Maggi, doña Lolita le pidió que cantara María Bonita.   Sin hacerse rogar, a capela, la entonó para ella.

Serían como las ocho de la noche de ese 15 de enero de aquel 2011.  Sólo él sabía que era la última vez. 

La poesía y melodía de Agustín Lara, en la voz de mi hermano, debió estremecer la pequeña casucha de láminas de zinc y tablas viejas de esa barriada de Managua.  La escena es, aún, surrealista, vívida, oscura y luminosa en mi interior.  Transciende todo lo que yo pueda imaginar. 

Sobrio o ebrio, a él le gustaba cantar María Bonita y lo había hecho muchas veces en sus sucesivas y anteriores visitas a la señora, cuando salía del centro de desintoxicación alcohólica.  Pero esa noche de verano y principios de año, a pocas horas de su muerte, él estaba sobrio, bañado, afeitado, vestido decorosamente.   Se veía muy elegante, nos dijo doña Lolita. 

homepage8Mi hermano debió ser un milagro para esa señora, un ángel caído, un aparecido con quien conversar un rato, alguien que ella no podía comprender y quizá sólo entendía sobre él que debía darle de comer, asearle el cuartucho donde dormía, lavarle la ropa sucia, ordenar los desastres de sus borracheras.   Eso fue. La necesidad es un lenguaje obvio, universal.   La soledad de ambos, tangible, irreverente, volcánica. 

A ratos, ella también fue su Dulcinea.  Sólo un caballero de triste figura, poeta y loco, podría encontrar una Dulcinea tan real como doña Lolita, justo en la Loma Monserrat, desde donde se veía parte de la extensa y miserable colonia capitalina.     ¿Con qué ojos miraba él a esa mujer que concentraba en su figura la prolongada miseria de los pobres nicaragüenses, la generosidad y, muchas veces, sinvergüenzada de la cultura popular y la arrechura célebre de las mujeres de los barrios marginales de Managua? ¿Qué códigos avivaban esos encuentros? ¿Qué podía saber ella de su poesía? ¿De la picardía de su guitarra y sus canciones? ¿Cuánto tiempo tenía mi hermano de llegar a su casa de manera esporádica?  

Noche oscura del almaA ella dedica el poema NOCHE que transcribo en este post.   

Abelino conocía bien la poesía de los místicos españoles del siglo XVI.  La Noche oscura del alma de San Juan de la Cruz (1542-1591), algunas veces y muchos años atrás, la recitábamos juntos y veo cómo le brota esa metáfora en un intenso texto de oscuridad y humanidad que escribe el 26 de julio del 2010. 

No es a Dios a quien le dedica esas letras, es a Lolita Lacayo….Dios no lo ha abandonado, no es la cuestión, él está abandonado de él y, a la manera de Santa Teresa de Jesús (1515-1582)  se hace cargo de las consecuencias de sus actos.  ¡Es esa síntesis de dolor y muerte que iguala en un instante a místicos y pecadores, a ricos y a pobres, a ladrones y a honrados! 

En casi todos sus poemas, escritos en Sabana Grande durante ese año 2010, está su esencia, su búsqueda y su luz en plena oscuridad.  Amalgamada con la poesía, su formación teológica le permite utilizar símbolos de la tradición cristiana, vitales, significativos, en medio de la nada.  O en medio, únicamente, de ese lugar al que llegó sin lograr regresar, la soledad. 

Ese momento, el de Acuérdate de Acapulco…., sacado del montoncito de frescos recuerdos que nos trasmitió doña Lolita, a mi hermana mayor y a mí, en aquella única visita uno de esos días en los que todo me era insufriblemente extraño, se ha paseado 13 años por mi cuerpo y es hasta ahora que puedo sostener -al escribirlo- su carga de ternura, misterio y estupor.