Quizá debí registrar el gesto simpático de un salchicha, la pose coqueta de un galgo, el corte de pelo de un poodle, la camisa roja de un dálmata o la expresión frágil de un boston terrier atrincherado en sus anteojos verdeoscuros. E incluso, debí fotografíar la pata levantada para mear (¡qué linda!) de un pug carlino a la vera de un árbol de laurel plantado hace más de un siglo, cuando el parque iniciaba su vida. Al menos debo dejar constancia que no me ladraron e, incluso, ni me gruñeron y que hice contacto visual con un bulldog.
Los perros del Parque México
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