A una mamá redonda, 1992

Agua filtrada en las paredes,
invitación a tiempo
o visita esperada,
parece esta noche fluida
de caricias maternas.

Hay estrellas.

Un gato gris y solapado en el muro del patio
evidencia el enigma,
y el pájaro que huye
es mi vida pequeña que tembló en su regazo.

Mi hijo dibuja “los tres músicos”
y dice que él puede imitar a Picasso
mientras yo la recuerdo;
y esta loca esperanza
emerge de los tonos
de su voz declamando a Neruda, Darío,
Gutiérrez Nájera, García Lorca.

Hace ya mucho tiempo
que no toco una piedra de río;
la “Serenata de Shubert” no comienza,
y no están sus dedos hilando pedazos
de mi vida para formar sus cuentos.

Estos inviernos mis hijos no escuchan su risa,
y recogemos, entre los tres, pedazos de aire
para juntar sus versos;
referencias de ternura infinita:
su voz potente y su piel suavecita.

Desde hace demasiado no camino descalza
en la playa del lago,
tampoco juego con la muñeca que me regalara
ni volví a decir “mami”, más que en sueños,
“El Cristo de Velázquez” no retumba en el aire.

Se fue para que las galletitas de limón
quedaran exquisitas
en mi memoria
que día a día la recuerda
cocinera, inmensa, transparente,
risueña, pícara, comelona, trascendente.

A un árbol de mango mechudo (1992)

Poema escrito en 1992. Visité la tumba de mi madre el 18 de agosto 2025.  Sobre ella el árbol de mango mechudo sigue dando frutos y sombra....
Hace poco te ví,
estabas en plena
temporada.
Sin tapujos…
¡te veías pijudo!
 
Yo estaba con un grupo pequeño,
cuatro o cinco personas,
junto a mi madre muerta
y unos ramos de flores.
 
Los rezos de mi tía
me llegaban a mí
desde tus ramas
como canciones raras,
contándome ese cuento
musical de un tiempo
que ha de llegar mañana.
No sabemos si pronto.
 
Me consolaste con tu frondosidad
y ese tu mundo expuesto de colores
de evidentes sabores:
el verde con el ácido,
amarillo agridulce
y aquel intenso anaranjado miel,
no miel de palo, sino miel,
miel de mango mechudo.
 
Todo renace en vos
y junto a vos,
es tu tiempo de hojas extendidas
y profundas raíces
en el que hoy mi madre
es la anfitriona
que reparte tus mangos
debajo de tu sombra.