Luz de diamante. Eso somos.
En mi paso por el edificio del Museo Nacional de Historia Natural siento las iridiscencias del diamante azul. Soy uno de sus infinitos tonos de luz buscando expandirme en ojos para ver en los museos y oídos para los relatos de mis amigas. Adaptable, cambiante, luminosa. Apenas tenemos la mañana para pasear y conocer este sector de museos y áreas verdes. Tres días anteriores de intensas reuniones de trabajo en el edificio de la PAHO en el centro gubernamental de Washington me tienen con esta sensación de dispersión y descanso merecido. Pregunto. La voz de Zaida es mágica. La risa de Lupe contagia. Timur entiende todo mientras refunfuña porque olió a una bella perrita cosmopolita.
Un tronco de árbol petrificado de hace millones de años y el trozo de un asteroide asientan mi iridiscencia vaga como la poesía y entonces soy historia sempiterna y seria, me siento Tierra, Vía Láctea, árbol que quisiera nombrar, asteroide con miles de labios contándome simultáneamente historias, cuentos, paisajes, epopeyas. Soy de esta civilización magnífica y errática.
La majestuosidad y la elegancia de la ciudad no hablan de las últimas noticias, de lo que deciden, propician y financian desde la inocencia de sus grandes avenidas, sus magníficos pórticos y edificios, sus clubs sociales, sus centros comerciales, sus complejos de oficinas, sus memorables museos y el afán cotidiano de sus buenos ciudadanos desayunando con una mano mientras con la otra conducen el vehículo que los lleva a sus trabajos. En tan poco tiempo no soy capaz de captar los cambios sucedidos a partir de los acontecimientos del 11 de septiembre del 2001, a pesar de que paso por el Pentágono en plena reconstrucción y percibo su fuerza e imagino su debilidad. Después Lupe me enseña fotos del Pentágono recién atacado, todo es claro dentro mí, luz de diamante, pero no logro hablar. Descubro una comunicación que no se articula en sonidos o en palabras escritas. Se transmite como en paquetes, telepáticamente, en un sólo instante sin tiempo ni memoria. Luz de diamante.
Luz de diamante aunque encontré una ciudad soñolienta y melancólica. Luz de diamante desde el avión por el caudal plateado del Potomac no opacado por lenguas de fuego moviéndose uniformemente en las avenidas. Las luces rojas de los vehículos que a esa hora eran la cena de fauces misteriosas que las devoraban. ¿En dónde están esas fauces? ¿Hacia dónde van? ¿Quién es el personaje detrás de ellas? ¿Es un dios? ¿O un diablo? Luz de diamante ilumina sus miles de árboles de cerezos que con sus manitas cruzadas esperan su propio reventar de primavera, cerezos añorando cerezos como yo, eida, añorando eida, como el amor añora amor, siempre. También por la manada de patos migratorios que llegan de Canadá y van hasta no sé dónde, pero conocen la orilla del Potomac que les recibirá en esa travesía. Y llegan y se van y vuelven. Somos patos pensé, esos son nuestros verbos, llegar, estar, volver. Zaida quiere ser pata. Para ir, siempre ir, en grupo.
Luz de diamante en el brillo de la nieve retirándose, luz de espuma de mar sobre áreas verdes.
A través de las paredes de vidrio del Museo de Historia Americana y Tecnología veo sombras y alguna parece ser el péndulo de Foucault. La Eniac no está posible a mis ojos, pero le mando gracias por iniciar la historia de estas computadoras en las que me siento feliz como el pianista en el piano. Feliz para llorar y bendecir.
Todo parece tener una función, cumplir de buena gana su destino. Y el obelisco indica la altura máxima de los edificios de la metrópoli mientras cometas de colores izados por niños ricos socializan con los grandes cerezos y sauces llorones el contenido de la ley federal que así lo dice. Nada debe subir más, sólo los aviones…. y más que los aviones, nuestros pensamientos, nuestra ilusión…. y la ardilla se ríe de las alturas buscando comidita entre la gente porque sabe que la ilusión y el pensamiento surgen también de la hierba o de las profundidades del Potomac.
El cementerio de Arlington me recordó la lectura de Caballo de Troya escrito por Juan José Benítez. En la tumba de Kennedy la guardia permanente y el cambio de soldados de pulcros guantes blancos, siempre a la hora exacta…. Hubiera querido seguir el laberinto que llevó a nuestro héroe a descifrar la clave para encontrar la llave que lo llevaría hasta los manuscritos y de éstos a negociar el proyecto en la NASA y ya…. la nave y el tiempo sin el tiempo que nos dio esa magnífica interpretación de la vida de Jesús. No ví la tumba de Kennedy, sólo montones de lápidas sencillas, blanquitas, horizontalmente sembradas como esperando que algo salga de ellas, una flor por lo menos…. pero nada, ni siquiera silvestre. Me dice Lupe que las familias llevan flores en algunas ocasiones del año. Es lógico pensé. Allí están los militares muertos en Vietnam, en Corea, en Afganistán…. Descansar en Arlington es un mérito que se logra decidiendo la muerte de otros. Y nadie dirá jamás que no hubo derecho. Por eso sembraron esas lápidas, pero no crecen flores…. Luz de diamante. Con luz de diamante en mi conciencia brillan los inocentes, los que murieron por sus decisiones, por sus acciones y sus omisiones, brillan todos y cada uno como si conociera sus caras y sintiera sus corazones. Al contrario de Arlington, en sus cementerios hay colores porque de cada muerto nacen árboles y flores que dan vida al paisaje y a los pueblos…. Luz de diamante en Washington.
Pasamos por el Museo de Historia Nacional -¿cómo escribirán su historia?, pensé-, también por el Museo de Arte donde hay originales de los clásicos que dicen las amigas hicieron llorar a Alberto, el Museo de Historia Natural anunciando la exhibición del documental sobre Las Galápagos, el Departamento del Tesoro, el Museo de Arte Moderno y ese proyecto en construcción que me fascinó y que se llamará Museo de la Noticia.
Luz de diamante con tanta historia, tanto acervo, tanta cultura ¿qué impide a Washington pensarnos de otra manera? ¿A los islámicos, a los africanos? ¿a los centroamericanos? Luz de diamante para destruir el poder, único argumento para cerrarse al mundo y opacar las conciencias.
El Capitolio parece pastel de bodas que no quiero probar. Como si presintiera una miel envenenada. Dicen que ahora ya no podemos acercarnos tanto y disfruto su elegancia desde lejos.
Nos detuvimos en la Estación del Tren. Y no era casual. Con tan poco tiempo seleccionar la estación del tren era simbólico. Zaida y Lupe son dos viajeras, ciudadanas del mundo. Absolutamente impresionante su amplitud, su decorado, sus rincones con soditas y tiendas acogedoras. Una edificación muy antigua restaurada por la asociación de empleados ante la decisión gubernamental de demolerla. Hicieron un trabajo excelente y la volvieron autosostenible. El primer mundo también es iniciativa y lucidez.
Creo que me gustaría entrar al Museo del Aire y del Espacio donde está una piedra traída de la luna. Me voy a cagar de risa si esa piedra es como las nuestras y gritaré que entiendan, que entendamos, que encontré la evidencia de que somos los mismos y de que el universo es solo el escenario cambiante y también inmutable para amarnos, ese es nuestro eje, única posibilidad para decir humano, propósito inequívoco de la vida.
Me dijeron que en el Jardín de las Esculturas están algunas de Augusto Rodin. Y otra vez la cultura. Me gustaría ver El Beso o la Puerta del Infierno de ese escultor francés de principios del siglo XX -pensé-. Pero más me gustaría ver la obra de Camile, aquella loca sufriente, alumna y amante suya, a quien Rodin robó muchas de sus creaciones…. ¿le habrán dado un lugar en el museo? En fin…. luz de diamante. José Daniel e Ignacio patinando en los alrededores del Jardín de las Esculturas.
Garzas sobre el Potomac. Mágicas garzas blancas que se asoman al nidido de amor y de energía que formamos las amigas, ven mi vida y me invitan al vuelo. Luz de la ciudad diamante sobre nosotras.
Volverán los cerezos y los patos, la luz del sol, la nieve, también yo volveré mientras estoy allá convertida en mirada.