Recuerdo de la casa en San Antonio de Coronado
Era tiempo de poda en su casa. Tenía razones, limpiar y ordenar, sí, pero sobre todo descubrir lombrices, saludar a las hormigas, oir el motor que hace volar a las mariquitas, olisquear huevecillos de lagartijas. Es decir, cambiar, partir, buscar. Todo sin ton ni son. No sabía si despues crecerían las matas con sus flores. Si nuevamente su jardín la expresaría.
Esas plantas habían crecido locamente. Cada vez que se sentía morir de desamor, sembraba una. Y luego otra. Hasta que fueron inmanejables de tantas. Los animales que caminan y los que vuelan se invitaron solos. Se integraron con las plantas y con ella y por algún tiempo fueron una familia que penduló entre el caos y la belleza.
Adilio y Roy hicieron una jardinera en la pared del fondo. Bloque sobre bloque, preguntas sobre preguntas, muro que contiene. Y un embaldosado rústico alrededor de la tierra donde se conservó al limonero. Plantas de sábila y helechos fueron trasplantadas a la jardinera. La menta, el orégano y el romero a macetas plásticas. ¿Aguantarán los cambios? Dudaba. Quería como la pastora y la flor de un día, irse, con ellas, confundida en lo que los señores llamaron basura. O como la abejorra encender su propulsor y chao, otro paisaje la esperaría.
Vamos a ver cómo queda el patio, indudablemente se gana un espacio –decía- pero… ¿volverán los pájaros? Oh, dios, ¿volverán los maiceros? ¿las palomas recordarán que habrá migajas de pan para ellas? ¿el limonero volverá a prestarse para albergar nidos de yigüirros? ¿las viuditas reconocerán sus ramas? ¿los colibríes esperarán a su flor de sábila?
Estaba arrancada, sin ramas, sin follaje, sin frutos, sin motor, sin clorofila. Y aunque no supiera de qué incógnito terruño se prendían, sentía sus raíces, al viento, pero vivas. La poda la expresaba. Quería llorar. Lloraba. Y ni ella sabía cuán inexplicable era ella misma.
Volvería a sembrar. Flores de colores: chinas, pensamientos, geranios, petunias, lismaquias. Una araña imperturbable continuaba acicalando su casa. Ella también, esperando que la vida volviera a su patio. Cuando sucediera, presentía, sería un poco dueña de su caos. Quizá también sonreiría al amor que, por encima de podas, la podría sorprender. ¿Quién lo sabe? Mientras tanto, pasara lo que pasara, tendría su jardín acompañándola.