No seré yo la que
ensucie palabras,
que aunque sean carbones
ardientes en mi alma,
la tierra hará de ellas
sugestivos diamantes.
No guardo
un pedazo de papel inservible,
una camisa vieja
o un vaso reventado
que pueda ofender
como paisaje ocre,
después,
cuando me muera.
Imposible el sosiego
pues justamente entonces
naceré a otras vidas
chiquititas e inquietas.