Escrito el 25 de junio del 2003, 12 p.m. Transcripción: miércoles 21 de octubre de 2020. #YoMeQuedoEnCasa
San Vito de Java es más conocido como San Vito de Coto Brus.
Salimos en el rocky a las 4:40 de la madrugada desde Los Jaúles. Oscuro a esa hora. Seguí el consejo de Deyanira de demorar la partida calculando que hubiera más luz del día al tomar la carretera interamericana que tiene fama de peligrosa por la constante neblina, el tránsito pesado y el paso por el Cerro de la Muerte. Es la primera vez que conducía por esa ruta. Iba vulnerable. Siempre es así. Luis da aplomo y más vulnerabilidad porque va mal de su barriga. Tengo demasiada conciencia de su vida.
Aparte de algunos monstruos de la carretera, el viaje fue tranquilo. A las 8 am estábamos en La Piedra del Cristo a la entrada de San Isidro de Pérez Zeledón y haber llegado hasta ahí me tenía con un gesto triunfal en el rostro, lo demás sería más fácil.
Hace años debí hacer esta ruta en bus, cuando fui a Coopeunioro en el Parque de Corcovado, península de Osa, pero, por supuesto, todo es nuevo de nuevo, eso es lo grandioso y lo limitante de mi condición de despistada. Iba atenta a la carretera, sólo de reojo admiré montañas y valles y traté que mi rol de conductora no me impidiera disfrutar el aire frío primero y fresco después, aire puro de montañas intensamente verdes. Iba conmovida. ¿Cómo siempre? Como muchas veces me sucede. ¡Qué paciencia tengo que tenerme!
En el Rancho de Nayo, a 300 metros de La Piedra, nos esperó Pablo, el dirigente campesino que nos guió hasta los proyectos de agricultura orgánica que Luis tenía que visitar más allá y más adentro de San Vito.
Seguimos la interamericana que se pone preciosa después del Río Convento. Pablo conducía y yo trataba de asumir una postura de turista que no lograba. Quería ver el paisaje y aíslarme de la conversación entre Pablo y Luis pero me atrapaban las palabras, sus contenidos y la forma en que Pablo construía las historias; escuchaba maravillada. Contó de la siembra de café, de la tierra, de la organización campesina y del minibeneficio de La Alianza. Todo concreto, todo ligado a la existencia, tanto que no imagino cómo puede ser la vida desde esos pivotes tan firmes e inequívocos.
Dice Pablo que uno se acostumbra al sistema del pueblo y por eso no le gusta ir a San José, menos a Estados Unidos donde recientemente fue a un congreso de caficultores en representación de La Alianza.
Bordeamos el Térraba. Es el río más grande de Costa Rica, hermoso en su fluir, todo su ser. Cuando el huracán César, el Térraba se desbordó y se montó sobre la carretera con sus aguas furiosas de piedras, lodos y palos. Hacía un ruido estruendoso. La gente de los poblados creía que era el fin del mundo. Es aquí donde el ICE piensa construir la más grande represa de generación de energía hidroeléctrica del país, que desplazará a 3 o 4 comunidades y una enorme masa de biodiversidad. Es una zona sin montaña primaria, puro monte y uno de los grandes problemas que enfrenta la población local es que el Estado quiere comprarles barato, a precio de registro. Siempre lo mismo. Hay pleitos por eso. Qué cansancio. Lo mínimo sería que al reubicarlos les pagasen bien sus propiedades y les dieran opciones para trabajar sus proyectos turísticos. En esto Pablo, Luis y yo coincidimos.
Pasamos el Río Catarata.
Apareció un Volkswagen amarillo montado sobre una enorme piedra indicando la dirección a San Vito: 46 kilómetros. Bordeamos el Valle del Coto entre zonas de pasto y repasto con cafetales en abandono. Pablo habla de su finca y su sistema de agricultura orgánica. Le gustan los riscos, dice, porque lo inclinado de las montañas es mejor para el trabajo agrícola; el terreno plano es aburrido, siempre igual y hay que trabajar agachado, en cambio los riscos se adaptan más a las necesidades de movimiento del cuerpo humano.
Dice Pablo que la última vez que vino a San Vito demoró cuatro horas por la neblinera y el huequero que no permitían avanzar. ¡Qué lindo que habla Pablo!
Regresamos a San Isidro a las 9 de la noche. Dormimos bien a pesar del cuarto de hotel con olor a humedad que nos tocó. En el desayuno una abejita entró en el jugo de naranja de Luis. Así es que el primer acto del día fue sacarla, ayudarla a sacudirse el jugo de naranja y empujarla de nuevo al vuelo. Mientras Luis se metió a la computadora yo disfruté la piscina del hotel y los árboles de carambolas.
Seguimos hacia Rivas hasta la Asociación Montaña Verde a 1100-1300 metros de altura a través de un camino de lastre de más o menos 10 kilómetros. Con mucho barro, en algún momento el rocky patinó pero logramos seguir adelante. Producción de café. La entrevista es con Carlos. Ayer nos contó Pablo que esta Asociación ha recibido millones de la cooperación suiza. Tienen un lindo albergue y reciben grupos de extranjeros voluntarios periodicamente.
Almorzamos spaguetis con salchichas hechos por Andrés, un chiquillo de rostro precioso, recién salido del colegio y que me recuerda a Antinoo, el amante preferido del emperador Adriano en la novela de la Yourcenar. Así debió ser. Llegaron más campeches para la reunión con Luis que inició a la 1.30 p.m., pero lo relevante para mí fue conocer a Andrés. Conversamos durante dos horas. Recordaré su rostro, su voz, sus ojos diáfanos, sus frases sencillas, sus sentimientos nobles. Andrés recién cumplió 19 años. Es un chico sensible que le importa todo. Dice que cuando cumplió 19 años se echó a llorar, no quería haber pasado los 18 porque tiene un gran sentido de responsabilidad sobre su vida, su entorno, su familia, su comunidad. El pertenece a la Asociación Montaña Verde y actualmente desarrolla un pequeño proyecto pagado por el PNUD. Irá a Guatemala, justo a Ciudad Flores. Está lleno de buenos sentimientos, intenciones y retos que hacen de él un chico especial.
Al regresar de Montaña Verde pasamos a la feria de Pérez Zeledón. Encontrar a Pablo me dio alegría. Ahí estaba en su puesto de productos orgánicos de Base Piedra. Contento. Vende leche, dulce, café y alguna otra cosa. Nos despedimos no sin antes preguntarle la ruta hacia Playa Dominical.
A través de una carretera preciosa y tranquila llegamos a Playa Dominical al atardecer y dormimos en el Hotel del Rio que me dio la impresión de esas propiedades de los burgueses que quedaron en abandono al ser expropiadas por los sandinistas en tiempos de la Revolución en Nicaragua,
Después fue Rancho Remo, el Hotel Brisas del Mar y el poema Ojos de la Tierra. Luego el regreso por Quepos, Jacó, Orotina… y ya. Nuestra casa. ¡Había vivido otra experiencia inolvidable!