Hay sucesos sencillos, buenos y decididores, que integran lo cotidiano de manera extraordinariamente ordinaria. No sabemos por qué unos si y otros no. Entran a formar parte del entramado interior que nos sostiene y se mezclan con quiénes somos sin saber exactamente quiénes somos. Y sabiéndolo.
A veces es una cafetera blanca que exhala el aroma a café de la mañana, otras un colibrí que seguro llegará más tarde porque vimos aparecer su flor de sábila, alguno más es la forma como el periódico se acomodó en el piso, el libro que se abrió en la misma página, el correo que lleva un aullido civilizado de ayuda a otro lado, o la película que por casualidad vimos y celebramos porque tiene un no sé que nos hizo sentirla nuestra.
De eso último se tratan estas letras.