Colores


Me siento amarillo,
celeste a veces
y otras tantas blanco,
  anaranjado que te quiero gris
si estoy en paz,
  fucsia que te quiero azul
si estoy feliz.

Soy el lila de la lavanda
y me pongo nerviosa 
por el viento y mil cosas,
el rosa del rubor de la vergüenza 
propia y ajena,
el verde de la hiedra
en el muro de piedra,
¡y también ese negro
de las noches sin lunas,
sin orillas ni estrellas!

El futuro

Estoy en el futuro.  Dos mil veinte y uno es el futuro de aquella niña de abundantes rulos negros que iba a la Escuela del Calvario en Chinandega.   El tiempo del calendario no ayuda.   Otro tiempo se posiciona dentro mío tumultuoso, arcaico, rebosante, inexplicable.

Lejana de alguna mí misma, en mi futuro.  Viajo desde otros tiempos, para visitarme en este día de este año en el que escribo; vengo de los sesenta, apenas emergiendo perezosa de la telaraña de los versos que tejía mi mamá redonda; quizá también de las décadas de los ochenta y los noventa en las que fuí  la adulta de los hijos pequeños y los amores grandes.   Y busco una conexión, no anecdótica, con la mujer que ahora soy, la de hijos grandes, amores pequeños y abundantes rulos blancos.

liriosNo se si yo soy yo.

En mi casa de mujer de hijos grandes y abundantes rulos blancos sembré unas plantas de lirios amarillos, de esos que parecen mariposas.  Las ramas que planté se habían desprendido de una mata mayor y estaban por ahí, tiradas.  Las voy a replantar, dije cuando las vi, y no lo hice sino hasta hoy.

Los lirios son una suerte de lámparas de Aladino de las que surge la niña de rulos negros. Me sorprende el cosquilleo de su germinar y en ellos el tiempo sigue rebosante. Y también en la niña que fue a la Escuela de El Calvario en Chinandega.   Hago un hueco en la tierra del patio y pongo las ramas de lirio para luego despistarme; me dedico a otras cosas, como la mujer de hijos grandes y pocos amores que soy; cosas como tomarme a sorbos una taza de café paseándome por la casa como lo hacía el padre de la niña de abundantes rulos negros, bañarme, ir a la peluquería donde me lavarán el pelo y me harán el pedicure, hacer una ensalada para el almuerzo.  Y así pasará hoy y pasará mañana.   Y no sé cuándo, muy próximamente, me acordaré de los lirios que planté e iré al patio.

En un acto íntimo las ramitas se prenderán a la tierra enterrando sus raíces. Quizá por eso las dejo solas con su quehacer genuino; y al cabo de varios días florecerán…. El tiempo pasa, podré sentirlo en el fulgente amarillo de los lirios; su efímera presencia me traerá ecos de la mujer de hijos pequeños y muchos amores y también de la niña de abundantes rulos negros.

Cuando vea las ramitas turgentes, sueltas al viento sus alargadas hojas verdes, agarradas a la tierra más firmemente de cuando la dejé, habrá llegado el futuro de todos los futuros y con él la niña flaca de muchos rulos negros que fue a la escuela en Chinandega y se recrea en los lirios que prendieron en su patio.  El pasado claramente será la mujer de hijos grandes y abundantes rulos blancos que hizo el hueco en la tierra para que crecieran lirios.