Nunca vi un crepúsculo tan rojo como ese cuando regresaba de Matagalpa hacia Managua. Me conmocionan, desde que tengo uso de razón, los atardeceres. Y ese fue espectacular. Es ese diario y justo momento en que nazco y muero. Entonces no sé quién soy y me abrazo. Los atardeceres no se pueden poseer y tienen un modo de quedarse conmigo que me provoca un sentimiento de unidad, pérdida de conciencia o todo lo contrario, un instante de identidad con algo, vago y a la vez cognoscible como nube, pájaro, caracol, hijo, viento, árbol, libro, luz, pedacito de piedra, organización de mujeres, hoja, amante, playa, olla tiznada, incienso, beso, hija, madre, padre, multitud, abandono, esquina. Una esquina cualquiera para mirar desde su vértice. La vida.
Esos pocos días en Nicaragua también fueron intensos, bellos como crepúsculos, y como éstos tampoco se dejaron poseer. Ir a Nicaragua, pensar Nicaragua, estar en Nicaragua, vivir Nicaragua nunca será fácil para mí. Imposible dar la espalda. Hacia donde me moviera siempre estaba de frente. Algo profundo me recordaba, con delicadeza, quién soy, con quien estoy, a quiénes amo (porque amar se conjuga en presente), porqué existo. Emerge entonces mi fuerza y mi fragilidad. Porque sobreviví a una historia social y personal, y porque aún no sé si sobreviviré a la intensidad de su recuerdo. Fragilidad. Fuerza.
Managua, Chinandega, Masaya y Matagalpa. En todas esas ciudades se me abrieron puertas de organizaciones de mujeres buscando cómo articular esfuerzos en favor de sus derechos. Mujeres más juntas de lo que suponen, como los libros de las estanterías de sus centros de documentación, más juntas que antes, más juntas que siempre, todas con el mismo propósito, todas trabajando por otras mujeres. Sin embargo el Xolotlán me pareció la lágrima de una gigantona popular pintarrajeada parodiando a la Chayo, burlándose de Daniel, llorando de risa. A las organizaciones de Managua ya las conocía y me conocían. Recogí trozos de mi historia personal, un delicioso plus de esta gira de trabajo. Pero las organizaciones de Masaya y Matagalpa me dejaron felizmente sorprendida. Mujeres fuertes, jóvenes y viejas sosteniendo, desde hace 20 o 25 años, las acciones y los procesos de sus organizaciones: Colectivo de Mujeres y Grupo Venancia en Matagalpa, y la Colectiva de Mujeres de Masaya. Ahí estaban las ancianas parteras recibiendo cursos, los niños y las niñas buscando libros en los centros de documentación, mujeres agredidas recibiendo terapias y, todas, aprendiendo juntas.
En el Colectivo de Mujeres de Matagalpa la biblioteca es un eje fundamental. Además de la que tienen en la cabecera departamental impulsan 14 bibliotecas feministas en comunidades rurales y dicen que los libros y los documentos les permiten establecer vínculos con las personas en las comunidades. Lo primero que necesitamos, dicen, es abrir las mentes, alfabetizar…. Las parteras aprenden a leer, ya viejas muchas de ellas, arrugaditas, ennegrecidas, lindas y desafiantes aprenden a leer y a escribir con los libros, en esas casas rurales del Colectivo donde ellas tienen las llaves, ellas acceden a ese pequeño espacio que se vuelve símbolo de su propio proceso de fortalecimiento y diferenciación con los hombres de sus comunidades. El oficio de las parteras se está perdiendo, urge documentarlo, escribirlo, enseñarlo, leerlo.
Las Venancias tienen una colección procesada en Word. Mucho de la historia del Movimiento de Mujeres de Matagalpa de los 70 y los 80 está ahí, entre sus estantes de madera en ese segundo piso de su casa. Dicen que las mujeres son fuertes cuando enfrentan sus problemas, cuando quedan solas, cuando van a las quebradas a buscar agua, cuando paren solas…. Y que se apegan a compañías “documentales” que hacen su querencia, que son sus memorias, como pequeños panfletos, fotos, cartas….y libros. “Venancia pechos de cabra, pelo de noche Venancia….”
O sea, en medio de las estupideces de la trinidad compuesta por la Chayo, Daniel y el Cardenal Obando, «el triunfo» electoral de Daniel, la consabida pobreza nacional, los disturbios (que ya cobraron 6 muertos), Silvia y yo tuvimos muchísima suerte. Esa es Nicaragua, la de las mujeres, los abrazos, el calor, el trabajo, las historias y la resistencia. Nos esperaban. La Directora de una organización, con quien ya hemos trabajado en el marco de la Biblioteca Virtual, hizo un espacio para atendernos y nos dijo: «cómo no vamos a recibirlas si sabemos que aunque no traen dinero, traen buenas propuestas para la organización?». Así somos, pobres agarrándonos las manos en esta contracorriente del río de la vida.
Sigue el trabajo, el amor, el esfuerzo, la alegría del encuentro y, también, otras cosas en las que no quiero poner pensamientos porque me conducen a callejones sin salida oscuros y paralizantes. De esas cosas que hablen «otras» personas.
Me quedo con los crepúsculos, esos atardeceres que anuncian y convocan. ¡Vieran qué bello el que vimos debajo de las nubes casi llegando a San José en el vuelo de retorno!.
Noviembre 2012