Murió Umberto Eco este viernes pasado, el 19 de febrero. Su nombre ha estado presente en mi vida de una manera rara, y cargo con la frustración de no haberlo leído. El nombre de la rosa y El péndulo de Foucault, literalmente, se me cayeron de las manos, no logré entender su erudición y mucho menos fluir un poquito a través de su estilo, tampoco saqué tiempo para ir buscando referencias que me ayudaran a comprenderlo. Sin embargo, indudablemente, es un autor querido. Quizá fueron unas entrevistas televisadas sobre El cementerio de Praga y otra sobre El vértigo de las listas, las que me acercaron más a él.
Ahora que lo pienso, las listas… esas cosas concretas y escurridizas que como estrellas son infinitas. Mi lista de tropiezos, mi lista de aciertos, mi lista de afectos, mi lista de libros, mi lista de casas habitadas, mi lista de alegrías, mi lista de chunches, mi lista de viajes, mi lista de imposibles, mi lista de miedos…..
Ahora leo artículos sobre él. Este de Juan Cruz dibuja a un hombre extraordinario y, sin embargo, cercano. Lindo ésto, ¿no?.
¿Cómo sería esa memoria de máquina nueva que dice el artículo de Cruz tenía Eco? ¿Esa humanidad genial que partía siempre de lo que no sabía y de ese modo no abrumaba a los demás con lo que sí sabía? Bueno, bueno, me digo, impresionante ¿no? Su vida y obra, o viceversa. Leo otros artículos sobre él y me doy cuenta que me encanta. Me da energía. La oscuridad que amaneció este sábado en mi casa se está yendo. Como si la luz que dicen que irradiaba su personalidad, también me llegara hasta acá. La luz que era su conocimiento. Un conocimiento que en él era infinito.
Y el sábado 20, de madrugada, en Managua, muere Fernando Cardenal. Me avisó mi hermana Karen. ¡Un pesar muy cercano esa muerte!. Un teólogo de la liberación comprometido con la educación en mi país. Yo conozco más a su hermano, Ernesto, por la poesía, claro. En el momento en que me avisaron hubiera querido estar con Ernesto. Y es que los Cardenal están presentes en la vida nacional desde que tengo uso de razón. Los dos de distinta manera y ambos en trincheras diferentes de la misma causa: hacer de Nicaragua un buen país, enaltecer la vida.
Fernando, en distintas entrevistas, se mostró a favor del aborto terapeútico, uso de anticonceptivos y apoyo a la diversidad sexual, grandes batallas en Nicaragua y temas de trabajo para mí desde el CIEM en la Universidad de Costa Rica. Leo ese artículo que no sé cómo encontré o si me lo enviaron, y que contiene un último correo suyo, casi un mes antes de morirse. Muy hermoso lo que dice. Ese mensaje cristiano puro, desprovisto de la indumentaria de la iglesia institucional, cuando lo vemos en sí mismo no se puede más que exclamar ¡qué belleza!.
A veces nos alejamos de la hermosura de la misericordia, del amor que dice Fernando en ese último mensaje; y ésto sucede porque se habla de ella en palabras que no nos expresan. Y, sin darnos cuenta, al rechazar el lenguaje a veces rechazamos también su contenido y, al rato, tampoco logramos llegar a «otro» lado así de bueno, así de hermoso. Sin embargo, Ella, la hermosura, la misericordia nos sale al encuentro al otro lado donde quisiéramos llegar. Por cualquier vía el lugar de la partida y del encuentro es el mismo: Umberto Eco por la vía del conocimiento, Cardenal por la vía de la espiritualidad. ¡Los dos mostrando una humanidad total!