Al sur de la frontera, al oeste del sol es una novela del escritor japonés Haruki Murakami publicada en español por Tusquets en el 2003 y escrita en 1992. Después de leer la novela entré al sitio oficial del autor. No entendí ni papa (está en inglés y japonés) pero me encantó. Confirmé lo que de él me cautivó en la novela: esa combinación de sobriedad, con color y sonido, esa limpieza de un mensaje que no acabo de atrapar y, sin embargo, atrapo.
Sirvan estas palabras para compartir mi hallazgo.
El título de la novela es tomado de una canción de Nat King Cole y la música es telón de fondo en la vida del protagonista, Hajime.
Es un texto frugal en el sentido que se lee de corrido y, entre espera y espera (¿quién no tiene esperas?), de pronto una ya tiene un cierto escenario interior del autor y de la obra, también la alegría de emociones y sentimientos nuevos despertados por personajes también nuevos.
Esta novela me cautivó. Quizá por su sencillez, porque no ocurre nada transcendental en la cotidianidad de Hajime, que bien puede ser la nuestra o la del vecino. La desnudez de los hechos descritos la hace universal. No hay sensacionalismos y hasta puedo decir que encontré una cierta burla del misterio que, al final, no llega a ser ni siquiera pompa de jabón.
Pensé que la debían leer muchos hombres. Y es que me gustó como Hajime se pregunta permanentemente sobre quién es él en cada de uno de los hechos más pueriles de su masculinidad. Se lo pregunta desde el dolor de la «otra», las mujeres con las que va relacionándose, y eso lo frena, el hacer presente el dolor de la “otra” lo detiene. Me gustó cómo desgrana sus porqués para encontrar la salida a situaciones en las que él mismo se metió. Va tejiendo, el protagonista, un manto de honestidad y renuncias a partir de las decisiones pueriles que enfrenta cotidianamente como varón en sociedades que, como las nuestras, le confieren privilegios a los hombres por encima de las mujeres.
Y, al fin, sin proponérselo casi, resuelve su vida respetando sus sentimientos y los ajenos (¡qué lujo para estos tiempos!), aceptando el amor, ese amor cotidiano que, al naturalizarlo, no solemos ver, y lo hace con la autenticidad de quien no tiene respuestas para grandes temas como la soledad pero que, humanamente, puede encontrarse consigo mismo en sus propias coordenadas.