Atasco

Difícilmente podré contar ese atasco.

Yo había visto películas que satirizaban situaciones de embotellamientos de vehículos en los regresos de veraneantes a los centros urbanos de grandes ciudades como México, Madrid, Tokio. De ellos, los atascos, he vivido una versión sinóptica en Costa Rica en la carretera hacia Cartago y en la carretera hacia Heredia (dos horas en la primera y 1 hora en la segunda) y me habían parecido excesivos. Y no porque no ocurran más presas de vehículos en Costa Rica, sino porque a mí, en mis cotidianos trayectos, no me había pasado.

Pues nada de lo vivido, visto u oído se me pareció al embotellamiento de ese sábado en el kilómetro 154 de la ruta al pacífico, en San Bernardino Suchitepéquez.

Del Restorán Cotzic, frente a las oficinas del Instituto Guatemalteco de Seguridad Social (IGSS) en San Marcos El Barrio, partimos a las 12 del día rumbo a ciudad Guatemala donde pensábamos estar entre 3 y 4 de la tarde. Heberto conducía un Terios rojo, por dicha en perfectas condiciones, y con mi compañero Luis escuchábamos sus historias de cuando fue maestro rural en una aldea jacalteca en Huehuetenango, allá por los 70’s. Historias bien contadas, interminables, que daban cuenta de la nobleza y la sobrevivencia de los poptí, de sus niños y niñas, de sus mujeres haciendo magia para dar de comer a sus familias con caldos de beldo y huevos revueltos, del poblado habitado tanto por personas como por perros (9 perros por familia), de talentos artísticos únicos en algunos niños y niñas indígenas, de la hambruna de la población y los desmayos cotidianos de estudiantes desnutridos, de la impotencia de los maestros para contribuir a un cambio estructural…. de todo eso, desde la perspectiva de un genuino chapín que quiere su historia y sus gentes y busca la manera de poner andamios a la esperanza.

En un santiamén alcanzamos el bullicio de San Pedro Sacatepequez atiborrado de gentes, carros, gritos y chunches que se compran y se venden. ¡La modernidad (más parecida a la calamidad) de un pueblo del tercer mundo!. En Palestina de Los Altos empezamos a ver los campos amarillos alfombrados de chiclá, esa florcita silvestre que los chapines de la zona llaman flor de muerto porque en noviembre estará en todo su esplendor, y que a mí me pareció solamente linda y pródiga. Ya en Las Cumbres la novedad fueron las papas cosechadas y listas para su distribución, y prontito estábamos en otro clima, el de la boca-costa, exuberante, lluviosa, cálida.

Fue por ahí, casi abajo, que, de pronto, nos detuvimos al final de una fila de vehículos pensando primero que sería por poco tiempo y, después, que el tiempo parado (aunque los parados éramos nosotros) ya era demasiado.

Poco a poco la situación me hacía pasar de observadora a víctima de una encrucijada en un país donde estaba de visita apenas unos pocos días, y donde todo el ambiente de violencia social hace pensar que de cualquier persona puede emerger un delincuente. De las cosas más íntimamente tristes que una puede vivir es ese sentimiento de desconfianza hacia la otra persona, instalado por obra y gracia de una sociedad injusta en sus cimientos.

En el ambiente guatemalteco sentía con claridad, desde que llegué, que habían bandos, invisibles pero tangibles: ellos y nosotros.  El atascamiento me profundizaba ese sentimiento. Con sólo abrir un diario, escuchar noticias o conversar con alguien se confirmaba. Por supuesto que yo estaba matriculada en un nosotros sin rostro y sin protección, cuya única expresión visible, en ese atasco, era el chofer del vehículo, Heberto, y mi compañero Luis. Por otra parte, nunca lo pensé así, en el nosotros estaban también los recién muertos, los agentes de la policía porque, ante las bandas de narcotraficantes, los policías se convertían en nosotros (extraño sentimiento para mí). ¿Qué podíamos Heberto, Luis y yo frente a una situación que no sabíamos cómo empezó ni cuándo ni en qué terminaría?. ¿Cómo identificar a más nosotros? ¿Los otros prójimos y prójimas con quiénes compartíamos el atascamiento eran de ellos o de nosotros?. ¿Podíamos ampararnos mutuamente o había que temerles? ¿Saldrá una ametralladora de la oscuridad? ¿Quizá una bala perdida? ¿Nos esperará un choque múltiple provocado por alguien impaciente, peor aún, lo provocaremos nosotros? Porque una sabe lo que es pero no lo que puede llegar a ser en una circunstancia adversa.

Muchos kilómetros de embotellamiento, conductores desesperados que volvían más caótico el tránsito haciendo hasta 3 filas donde sólo cabía una y hasta 5 dónde debía ser una de ida y otra de vuelta. A esa altura, el transitar era solamente un infeliz estar esperando que algo se moviera.

Y es que paramos sin saber por qué, paramos porque no podíamos avanzar. Un chico pasó corriendo, era la 1 de la tarde, dijo que en San Bernardino habían matado a dos policías. ¿Por qué creer a un chico que va corriendo? Esperemos.

Poco a poco la noticia se fue confirmando, mafias de narcotraficantes habían ametrallado una patrulla de la Policía Nacional Civil y matado a dos agentes recién llegados a la zona, según supe después, parte de un operativo iniciado tres semanas antes. Debíamos tener paciencia porque, decía Heberto, demorarán mucho en recoger los cuerpos, reconstruir la escena del crimen y hacer las pericias correspondientes. Y hasta después de eso es que abrirán el paso.

De modo que el atardecer nos encontró pacientes.  Pero la noche no era más que el camuflaje de un claro sentimiento de desconcierto, rabia, impotencia e inseguridad único en su género. Comenzamos a pensar en muchas cosas y, la más inmediata, el rendimiento de la gasolina; parece que todos los conductores lo hicieron igual. Las luces de los vehículos una a una se iban apagando.  Se apagaron.  Los motores dejaron de rugir, y quedó un conglomerado de metales y ruedas sumido en un siniestro y arbitrario silencio. Yo quise tomar fotos de aquella cosa informe de máquinas y personas que mostraban un civismo que me sorprendía. Sólo pude tomar 2 o 3 porque la masa se empezó a mover, avanzamos un kilómetro en 3 horas. La noche cayó. El tráfico parado más que nunca, más que antes.

¿Ahora qué pasa? Ya deben haber recogido los cuerpos y hecho las pesquisas, pensé. Si el doble crimen fue a las 11 de la mañana, ¿por qué seguimos aquí a las casi 5 de la tarde?. La radio aún no decía nada.

Fue a las 7 de la noche que Emisoras Unidas comenzaron a contar los hechos. ¡Qué alivio!.  Ya el atasco no tenía que ver con los muertos.  Pasaba que al principio de la presa, en un cruce de caminos imposible de divisar, el desorden de vehículos produjo un nudo en donde nadie avanzaba ni para acá ni para allá. ¡Dos masas cybórticas se encontraban trenzadas y se cerraban el paso mutuamente!.

Las noticias hablaban de 30 kilómetros de vehículos parados. Hacia ciudad Guatemala éramos una mayoría, diría yo, de vehículos pequeños, más o menos familiares. Pero, hacia la frontera con México,  la cantidad de furgones, cabezales, contenedores y maquinaria pesada, era impactante. Dantesco.  Aunque Dante hoy no hubiera necesitado tanta imaginación para describir su infierno.  Sería éste: agentes motorizados en una coreografía de mierda del progreso.

Es absolutamente imposible no hacerse la pregunta de hacia dónde vamos como civilización.  Me daba miedo pensar que de algún modo aquello era una foto de cómo y dónde estábamos parados (mejor dicho atascados) como sociedad y, en ésto, la presa de vehículos en San Bernardino sólo representaba cualquier situación en cualquiera de nuestras ciudades centroamericanas.

La radio decía que el problema de la trancazón, ya para entonces, era que no habían policías que hicieran circular los vehículos. Que estábamos al sálvese quién pueda porque nadie estaba poniendo orden en aquel caos. Varias personas llamaban a la radio desde sus celulares pidiendo presencia policial. Las ambulancias se abrían paso (mágicamente para mí) porque en no sé qué lugar de la cadena habían mujeres desmayadas, y detrás de las ambulancias vehículos oportunistas y osados aprovechaban el espacio abierto por una nueva desgracia en la vía contraria y agudizaban el caos ya instalado para entonces. ¡ Más desastre!.

Avanzamos 500 metros. Esperanza de más, un poquito aunque sea. Paciencia. Espera. Estiramos las piernas. Hablamos con alguien muy amable, en nuestra misma situación pero en sentido contrario. Seguimos en nuestra ruta, poco a poco, un mayor trecho. Hacia México el problema era superlativo en relación al nuestro. ¡Pobrecitos esos traileros! Avanzábamos nosotros, no ellos.  Pasan los días y sigo imaginándolos ahí.  Atascados.

Emisoras Unidas no tuvieron éxito llamando a la policía. Nosotros sí porque llegamos a ciudad Guatemala sanos y salvos; el cansancio y las 12 de la noche en el contexto eran asuntos de poca monta.

¿Pero qué es un atasco en una sociedad en la que en cualquier momento podés perder la vida? Tal vez eso era lo que pensaba el conjunto de guatemaltecos que se mostraban tan pacientes y cívicos. La rebeldía sólo la expresaban los vehículos en el caos que formaban, que no sus conductores y ocupantes que en todo momento hablaban con amabilidad. ¿Qué importa un atasco si, solamente de esa última avanzada del narcotráfico,  habían habido en las pasadas tres semanas, al menos 4 ataques a policías con más de 7 muertos y varios heridos?.

Diría que los niveles de violencia en Guatemala son respirables apenas ponés un pie ahí, diría que la población no merece ese presente y sus hijos e hijas deberían tener otro futuro. Diría, no sé qué.  Gritaría.  ¡Que es demasiado! ¡Que me siento impotente!.  Los indicadores de que nuestros modelos políticos-sociales no están funcionando son muy claros. La lucha por incidir y propugnar un cambio de las organizaciones de la sociedad civil es tenaz y en cierto modo también desoladora.

Tuve la impresión de un país desangrado por la violencia. Violencia pasiva en el hambre de su población indígena y rural, el país con más desnutrición en el continente americano, más que Haití, más que Honduras. Aldeas como Paculam Ixtahuacán, Almolonga en las altiplanicies y, en la región oriental Jalapa, Baja Vera Paz, Chiquimula, están sufriendo las secuelas de una desnutrición crónica y sus niños y mujeres literalmente muriendo de hambre. Violencia activa que se muestra cotidianamente en 20 asesinatos como promedio, 200 robos en autobuses de transporte colectivo y decenas de extorsiones ordenadas desde centros de detención además del femicidio galopante en el que se ejerce una crueldad indescriptible.  ¡Y este accionar de las bandas narcotraficantes que circulan como pedro por su casa!.

¡Guatemala!, ¡Cómo duele!  ¡Con qué orgullo me pondré el hüipil de San Antonio Palopó que compré en el mercado!. Será para mí un rezo, de los que me gustan, en los que creo, un acto de rebeldía y esperanza que me hará presente el misterio y la fuerza de una realidad compleja a la que apenas me asomo. Así ritualizaré este mi admirar la tenacidad y el empeño en un mundo mejor de organizaciones de mujeres y de hombres, de campesinos y de indígenas, de los niños y las niñas que pudiéndose morir se aferran a la vida de modo totalmente extraordinario, y de personas como Heberto, Ana Antonia, Daniel, Mynor, el obispo Ramazzini, en ese paso mío apresurado y expectante.

 

2 comentarios en “Atasco

  1. Recuerdo ese día que has registrado de forma genial, momento que trae reminiscencias de aquel cuento de Cortázar en otro marco histórico y cultural

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