Final feliz o del muerto que estaba vivo

Ese fue el discordante de una sucesión de días igualitos durante los 7 años de prisión que llevaban en la cárcel de Chinandega. Los dos habían sido acusados de matar a un hombre en una cantina allá por San José del Obraje.  Fueron sentenciados a 10 años de encierro.

A esa altura, ya reos de confianza, merodeaban por el área de trabajo de la penitenciaría. Victorino, con una escoba de tusa, barría el hojarascal de todos los días que el abundante almendro no cesaba de soltar en el patio central de la cárcel. Chepito, en cuclillas, daba bromas a sus compañeros de infortunio entre risotadas que habían olvidado el pudor por los dientes que faltaban a la boca. Marcados por la aceptación de la voluntad de Dios eran bajitos, flacos y morenos, de un oscuro intemperie, un tanto azulado, un color del que sólo el sol de occidente es responsable.

Chepito vió un hombre que en ese momento abandonaba la peni con un motetito de chunches en la mano. Lo reconoció: ¡era el muerto por el que estaban presos!. Alertó con un grito como quien descubre sin equívocos la salvación eterna. Policías y presos entraron en escena. ¿Sería un fantasma?.

Lento y sucio era el paso del hombre que avanzaba hacia el portón de salida. Había cumplido una condena de 3 días por haber robado una gallina. ¡Alto ahí!. Se detuvo por orden de un policía. Los carearon a los tres. Mirá vos, ¿ves éstos hombres? llevan 7 años en la cárcel por haberte matado, ¿los conocés?. El muerto pobre, sencillo, casi ciego por efecto del sol de las 3 de la tarde y bueno, muy bueno de corazón, los miró con cuidado y reconoció a sus antiguos compadres con una cierta dificultad que en pocos instantes se convirtió en seguridad. Los identificaba. Recordó que en su comarca, no sabía cuántos años atrás, había peleado con ellos en una cantina por algo parecido a que querían la portavianda en la que su mujer le aliñaba la comida pero, afirmó, juró por la virgencita del Viejo, por San Pascual Bailón y por su madre, que nunca estuvo muerto.

Esperaron que llegara el Director de la Peni. Oscurecía. Un sencillo procedimiento dirimió la trifulca y el trío se dirigió al portón de salida. Los chocoyos ya buscaban dónde dormir y el almendro dejó caer frutas maduras. Otras más cayeron mientras los tres hombres saboreaban en la cantina próxima un buen trago de Santa Cecilia. O dos. Nunca se sabrá.

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