Un día la abuela y el abuelo viajaron desde el trópico centroamericano hasta Nijmegen en Holanda, para visitar a sus dos primeros y mellizos nietos que tenían 3 años. Sucedió algo extraño cuando los cuatro regresaban de un paseo vespertino por un bosque.
Todo fue por Rafaela. Se sentó en sus ancas y a sus anchas al borde de una vereda. De pronto. Se soltó de la mano del abuelo repentinamente y, simplemente, se sentó. Atardecía. Los abuelos nunca habían visto en su mundo personas así. Y Rafaela, con su cortita edad, era definitivamente una persona, no una cerdita, ni una cabrita, ni una palomita. De eso los abuelos estaban claros, o medianamente claros porque Rafaela estaba ahí, enterita, sentada rotundamente en la vereda con esta inclaudicable actitud de potrilla. ¿Cómo podía ser?.
Alargaba sus manitas jugando con la hierba crecida y florecida como si ésta fuese su amiga o le hubiera dicho misteriosamente y con urgencia: Rafaela vení, sentate conmigo. ¿Habrá sido así?. ¿Habría una comunicación entre la hierba y Rafaela?. Recién llegados y atónitos no entendían los abuelos lo que parecía el desparpajo de la nieta. Rafaela no atendía llamadas, no hablaba ni siquiera en holandés, ni en español, ni en el idioma que ella había inventado, no se molestaba en volver la cabeza, simplemente jugaba murmurándole a la hierba quién sabe qué, metida en un mundo que se palpaba total. El abuelo casi muere por la ausencia de control sobre la niña y el cuadro, de patético sólo prometía hacerse más patético.
La abuela se aferraba a la docilidad de Alejandro, el hermano mellizo de Rafaela que, tomado de su mano, avanzaba de regreso. Su pequeñita mano aún la sentía calentita dentro de la suya y deseaba que él no siguiera el ejemplo de la hermana por lo que aparentaba que no pasaba nada ni con Rafaela, ni con el abuelo.
En realidad no sabían si llamar a una ambulancia, a la policía, a la abuela Betty, a la tía Yvy, a su mamá, o a todos juntos. ¿Eso hacían las personitas de su edad? Estrenaban, de ese modo tan complejo, su primer encuentro con Rafaela y Alejandro ya prontos a cumplir sus 3 añitos.
La hipótesis de que la hierba era amiga de Rafaela la formuló la abuela en medio de la angustia y por lo tanto, ésta, la hierba, debía ser considerada como una persona más en la ecuación, una persona que debía seguir el camino junto a Rafaela. Se acuclilló a su lado mientras el abuelo la relevó en el cuidado de Alejandro, jugó unos minutos con la nieta y con la hierba, inventando pequeños diálogos en los que la hierba era protagonista y que, en español, sólo la calmaban a ella. Quiero estar siempre a tu lado, dijo la hierba en un momento y a través de la voz de la abuela. Cortó trozos de hierba para la nieta y ¡oh milagro! Rafaela los tomó con una manita, se levantó y extendió la otra mano a la abuela para continuar el viaje de regreso, no sin balancearse muy alegre como un gnomo por el bosque.
Para entonces los abuelos sudaban.
Con tus palabras revivo ese atardecer en Nijmegen, era el día en que nos «estrenábamos» como abuelos y ese evento no estaba en el manual, como muchas otras situaciones de los días que siguieron…
Es increíble….escribir es una forma firme de recordar. Es este caso algo central que desmadejó más situaciones.
Qué cómica esa Rafaela! Muy linda historia para contar, no para vivir jeje
Si, para contar. Viéras….!!