Un día de hace años el señor B y señora BB llegaron a un lugar de Nicaragua desde un lugar de España. Debieron ser los años 1800 y algo…. Los puertos de donde partían los barcos españoles hacia América eran varios para entonces, como varios los destinos centroamericanos. ¿Embarcaron en Sevilla o Alicante? ¿Quizá en Málaga o La Coruña? ¿Llegaron primero a Costa Rica o a Panamá? ¿Viajaron directo a qué puerto en Nicaragua? ¿El Realejo? ¿Figurarán en la lista de pasajeros que se encuentran en los archivos de Sevilla?
Muy raramente para la época, pudo ser también que trajeran consigo a un niño, Eusebio Sobalvarro, nombre sonoro, como de bongo, bongo de fuerza, era mi abuelo. Trato de buscar en internet imágenes de hombres y mujeres del siglo XIX en Nicaragua para hacerme una idea de cómo pudieron ser mis tatarabuelos… y poco a poco, como viendo a través de los ojos de mi madre, se dibuja en mi mente un caleidoscopio de caras, peinados, ropas, calles, casas….polvo….mar… barco… Nicaragua….¿nada o mucho?
Sin embargo, esto pudo no ser así. Contemos que el señor B llegó de España, solo. Perdido nuevamente el puerto de embarque y ubicado su destino final en Boaco. Si fue a la Casa de Contratación creada por los Reyes Católicos en Sevilla o en Cádiz y aceptado para viajar a América, o mas bien fue un aventurero por riesgo propio, tampoco lo sabré. Posible un campesino, un obrero agrícola, o quizá alguién que declaró saber un oficio. Asturiano o catalán -no importa-, joven y apuesto -esto sí importa-. Buscaba cómo cambiar de aires, mejorar su vida, eterno leitmotiv que me acerca su figura de apenas un contorno a esa experiencia que palpita en mi familia porque la sustenta el mismo interés que nos ha llevado a las hermanas Martínez Rocha a buscar otras tierras, otros destinos, otros abrazos. Buscó trabajo, trabajó. Se asentó en Boaco y se juntó con una boaqueña, la señora BB. Concibieron a ese hombre que me heredó un nombre para poder decirlo, Eusebio Sobalvarro, el del bongo… bastante milagro en mi fragmentada genealogía por la línea materna.
Falta mucho para que a esta historia pueda llamársele seria y, sin embargo, ya regala frescor y sentido lejano de pertenencia a una tribu que, de antemano sabemos, no nos será revelada, aunque la sentimos golpetear las sienes y correr en nuestro torrente sanguíneo atropeyándose, yuxtaponiendo personas, paisajes y personajes, equivocándose, acomodándose, empujándose, mirándonos desde todos lados, insinuante.
A los años aparece María Varela. Por el nombre debió ser una mestiza. Ella y Eusebio tuvieron a Heriberto Antonio, Ernestina de Jesús, Francisca, Luis, Frutos y María. Ya estamos al final del siglo XIX. Y ahí está Francisca Javiera Sobalvarro Varela, nacida en 1882, mi abuela. Nótese la influencia española judeo cristiana en cada uno de los nombres de sus hijos e hijas.
Tuve tíos maternos, pero aquí se oscurece más la historia porque la abuela Francisca Javiera murió joven, treintona, a los nueve meses de nacida su última hija, Amadita, la que años después fue mi madre redonda, mi madre global en sentido literal y figurado. Su marido, mi abuelo y artesano Elías Rocha, ya viudo no pudo hacerse cargo de la prole. Y a eso se debe que no conozca a mis tíos maternos ni sus historias, y que éstos lleven otros apellidos, si es que están vivos. Ellos son Santos Alonso, Nardo Sierra, Octaviano, Susana, Amalia (¿qué apellidos?) y Amadita Rocha Sobalvarro.
(Esta información me la dió mi sobrina Karlely Hernández y a ella se la dió su marido Carlos Humberto Zapata. Carlos tiene un tío que se llama Roberto Zapata Sobalvarro, originario de Boaco y médico de profesión, éste último ha dado los datos más ciertos de esta fragmentada historia)
No sé más….Vamos al final. A la abuela Francisca le dio por la A al final de su vida reproductiva que fue también el final de su vida…. y bautizó con los nombres de Amalia y Amada a sus dos últimas hijas. El corazón me late fuerte, como confirmando otra palabra con A, claro, es Amor…. No tengo dudas, eso debió ser. Lo digo yo, hija de Amada….¿Si no cómo Amadita sería tan espléndida y nutricia? Se perdieron los relatos y no hay tradición oral sobre estos cinco hermanos porque la abuela murió joven y los hijos e hijas se dispersaron demasiado pronto, como pájaros pichones que les destruyen el nido, pero, sin dudas, quedó ese amor que siento al pronunciar su nombre, Francisca, con la raída historia que me llega, con su hija Amadita, mi madre.
Aww, Eida! Como me hubiera querido conocer a Francisca! Besos!!