Recuerdo en la casa de tablas
La casa familiar se llena de una luz titilante mezclada con el humo de la astilla de ocote despidiendo al último zancudo. Luz amarilla, entre discreta y ocre. Luz olorosa en la oscuridad que comienza para vernos, sentirnos, compartirnos, jugarnos. Correteo por las habitaciones, una larga con cinco catres en fila, dormitorio de las mujeres y otra más pequeña, con dos catres, donde duermen los varones. Juego al escondite con mis hermanas, la mayor y la menor. Sudo contenta, quizá es abril.
Somos tres diablillas jugando bajo la luz amarilla. Exhaustas nos tiramos en las mecedoras de la sala, la luz ya se impone sobre la noche aún joven y entonces el ambiente se vuelve negro y amarillo. Amarillo dentro, negro afuera. Amarillo y negro balbucean atrapados en esa red en expansión que es la noche de Chinandega en la casa de tablas. En ese momento mi madre grita desde la cocina, ¡Vengan a cenar y apaguen el bombillo del cuarto! No sé qué es un bombillo, ni lo pienso, pero voy, me subo en un taburete de madera, jalo una cadena fina de muchas pelotitas plateadas y plás, apago el bombillo. ¿A dónde fue la luz? ¿Quién hizo la oscuridad? ¿Cuánta magia acciona mi malabarismo? Mi corazón es interruptor que late: 1 encendido, 0 apagado…. fracciones de segundos para repetir el milagro, impulsos eléctricos que viven en esa intermitencia del adentro y el afuera, la luz y la oscuridad.
Han pasado los años. El bombillo y yo hemos cambiado. A veces digo sin decir Voy a prenderlo o Voy a apagarlo, aunque esté refiriéndome ahora a “la lámpara de mi escritorio” con su insolente luz blanca. O a la lámpara de la sala, da igual. Pero no es así. El bombillo de luz parpadeante amarilla ocre, está prendido dentro mío para que siga correteando con mis hermanas en la casa de tablas mientras esperamos el llamado de mamá. Afuera, es cierto, enciendo y apago lámparas a mi antojo. Amarillo adentro, negro afuera, como en Chinandega.
Nota: El código C27 de mi código genético correspondió a la palabra bombillo. El código genético es mi lista de palabras escritas a mano espontáneamente en una libreta y luego transcritas a una matriz en la computadora. Esto es el ejercicio 2 del Taller La palabra habitada dirigido por el escritor costarricense Rodrigo Soto. Son tiempos de cuarentena por coronavirus.
Eida, que bonita historia. Es como una fotografía de la infancia de mi mamá. Me gusta este ejercicio, aunque en este momento no creo tener ningún código.
Querida sobrina, qué dicha que también te dí algún insumo para imaginar la infancia de tu mamá. ¡Tan diferente a la tuya y a la de Gaby! Ese es un maravillosos plus de escribir….aportes colaterales….!! Abrazos, abrazos.