
Nada es definitivo, no existe ese despeñadero que, como a los suricatos, nos convoque al suicidio. Sólo la piel se muda, se estremece, se arruga. El alma, en cambio, es impoluta y vuela.
Nada es definitivo, no existe ese despeñadero que, como a los suricatos, nos convoque al suicidio. Sólo la piel se muda, se estremece, se arruga. El alma, en cambio, es impoluta y vuela.