





Guatemala es un clásico en mi léxico, un nombre repetido en mis pensamientos y comunicaciones, retumba en mi ánimo, en mi visión de mundo a veces gris y otras de colores, en mis afectos. Quizá por ello enseñé a mi nieto a decir Guatemala, mientras conversábamos.
El abuelo le envió un audio, justo desde Guatemala, y le deletreó la palabra: Gua-te-ma-la, Gua-te-ma-la.
El niño, por supuesto, le gustó ese sonido nuevo, le pareció redondo y sonoro. Estrenó la palabra rápidamente, se columpió en ella, jugó con Gua-te-ma-la como con una pelota grande que rebota y le agregó la chispa y picardía de sus tres años y medio. Aquí dejo solo un pedacito de su juego y de su risa.