De Chinandega a las estrellas

Italo Calvino

Ciudades Invisibles de Italo Calvino

Miami y Atlanta son ciudades que no logro habitar y ni siquiera visitar, aunque me encuentre en ellas.  Por magníficas me parecen ficticias como Anastasia, Dorotea o Despina, las ciudades-deseo de Italo Calvino.  De ellas apenas percibo algo vago cuando el avión deja ver ese océano de luces si llego de noche, o de rascacielos, vehículos y edificios, si el vuelo es de día.  Cuando regreso a mi casa en San José, me sobrecoge la sensación que he tenido un sueño brillante y sobre todo complejo.

No imaginé que en esas metrópolis revitalizaría mi identidad.  Mis raíces nicaragüenses, tan precarias, apenas se hunden en las pocas personas que somos y especialmente en mi ochentera hermana mayor, su marido y sus hijas, y rebrotan en una camada de sobrinas-nietas que siendo oriundas de Estados Unidos las reivindican como suyas, las evocan en sus conversaciones y las disfrutan.  Para mí quiere decir que mis orígenes no están circunscritos a territorios, quizá nunca lo estuvieron porque algo tienen que ver con estrellas lejanas y, es posible que, debido a eso, este pequeño relato tenga más sentido.

Mychi en el Centro Espacial Kennedy

Mychi en el Centro Espacial Kennedy

Mi madre y mi padre viven en esas historias, lo sentí, me lo dije en silencio cuando regresaba, convencida que es así y lo será por caminos y tiempos que ignoro en las vidas de estas brillantes jóvenes veinteañeras.  Una de ellas, Mychi, combina su objetivo de ser astronauta en próximos viajes a Marte con cuentos pueriles de una Chinandega que no conoce, pero la sabe fundante de ese lugar crítico (por sobradas razones), ilógico y variopinto que llamamos familia.

Y ahí estaba yo, paseándome por hamacas de recuerdos pueblerinos en la escenografía de un país glamoroso por su infraestructura vial, sus universidades espléndidas, sus centros de investigación, sus complejos hoteleros, sus bosques bien cuidados, sus barrios residenciales, sus parques de diversión, su aplastante nivel de consumo y, lo escribo aparte, su desarrollo tecnológico en el uso íntimo y doméstico de sus habitantes y en esos complejos diseñados para administrar y desarrollar programas espaciales incluyendo las plataformas de lanzamientos de cohetes para llegar lejos, mucho más allá de la Tierra, bien lejos.

Centro Espacial Kennedy

eidaDe Miami viajamos a las instalaciones de La Nasa.   ¡Es el imperio, este desarrollo sólo puede tenerlo un país potente!  Esta fue una perogrullada que me permití decir, mientras recorría una parte, la relativa al Programa Apolo del Centro Espacial Kennedy en Cabo Cañaveral y escuchaba las lecciones de ingeniería e historia espacial que nos daba Mychi.  Era abrumadora la cercanía con cohetes, propulsores, módulos y naves que se mostraban, no sólo por sus proporciones sino porque han ido y vuelto de los más largos viajes que conocemos en la Tierra y tenían relatos fascinantes que me trascendían.   No estaba,  no podía estar, ante la historia espacial de los Estados Unidos de América, ni mucho menos ni mucho más, sino ante los relatos particulares de esos gigantes metálicos, heroicos y magníficos.

6 feb 2023. Uno de los 8 reactores F1 del cohete Saturno V del Programa Apolo. Medía 110,64 m de altura y lleno de combustible pesaba unas 2700 toneladas

6 feb 2023. Uno de los 8 reactores F1 del cohete Saturno V del Programa Apolo. Medía 110,64 m de altura y lleno de combustible pesaba unas 2700 toneladas

Como otrora se sintiera mi madre recorriendo el mundo conocido en su Enciclopedia Británica, me sentí una viajera del tiempo.  Y lo era en muchos sentidos.  Seguía siendo la niña que hace cincuenta y cuatro años había oído la noticia radial de que habíamos llegado a la Luna y la vieja que, espectada, veía los 111 metros de largo de Saturno V, el poderoso cohete que impulsó la nave Apolo que los había llevado a ese alunizaje exitoso.  Y cada uno de los módulos lunares de las misiones Apolo, en especial para mí el módulo lunar del Apolo IV, hablaban de odiseas inauditas de a veces una, o a veces dos personas en pequeños espacios comandando misiones enormes, dejando atrás la pelotita del mundo que hasta el momento ha sido tan segura y bondadosa.

Los restos del transbordador Challenger (1986) y del Columbia (2003) parecían gritarme que no estaba dentro de un cuento, que me pellizcara porque esa exploración del espacio había cobrado vidas humanas maravillosas y, entonces, el mismo corazón que se expandía ante las gestas de esos viajes, se me hacía un puñito de nada en los pasillos donde leía la historia y veía las pertenencias recuperadas de los astronautas, hombres y mujeres, muertos.

Atlantis redondoPor eso el Transbordador Espacial Atlantis vino a mi auxilio con su propia personalidad, entero, gigantesco, mostrando su intimidad con sus puertas abiertas de par en par, invicto después de 33 misiones al espacio en muchas de las cuales llevó y trajo astronautas; me lo imaginaba de regreso, aterrizando como un avión, una proeza de la ingeniería aeroespacial del momento.  Seguimos recorriendo los andenes de la zona de ensamblaje de cohetes y miramos (lo más cerca que jamás pude imaginar) las plataformas de lanzamientos en la punta de Cabo Cañaveral rodeado de un mar crispado en un día brumoso que se me hizo corto.

¡Es el imperio!, repetía por dentro dándome cuenta que esas hazañas humanas tenían que ver con las estrellas y por eso tenían que ver conmigo.

6 feb 2023. Espacio del piloto en el módulo lunar en los primeros viajes espaciales en la década de los 60 con el Programa Mercury.

6 feb 2023. Espacio del piloto en el módulo lunar en los primeros viajes espaciales en la década de los 60 con el Programa Mercury.

No era poco para mí; a ese viaje a la Luna, en la quinta misión tripulada del Programa Apolo, debo que el mundo se abriera ante mi pequeña vida en la casa de tablas en Chinandega.   Ahora sé que con la tecnología de punta IBM en la década de los sesenta y los cálculos matemáticos para medir las órbitas satelitales realizados por Katherine Johnson (1918-2020), lograron la precisión para que Neil Armstrong,  Edwin Aldrin, y Michael Collins  visitaran la Luna y retornaran sanos y salvos.  Imposible no conmoverme hasta las lágrimas ante el Centro de Control de dicha operación que, restaurado, se convierte en un espectáculo de luz y sonido evocador y fascinante.

Centro de Control del Programa Apolo en el Centro Espacial Kennedy. Foto internet

Centro de Control del Programa Apolo en el Centro Espacial Kennedy. Foto internet

Y luego el Artemisa 1, el cohete más poderoso que cualquier otro, impulsó la nave Orión que amerizó el 11 de diciembre del año pasado.  Misión cumplida decía su espectacular figura estilizada. Entre sus objetivos estaba probar el escudo térmico de reingreso a la atmósfera terrestre porque en el 2024 se reiniciarán los viajes tripulados a la Luna, después de 54 años de prudente pausa.  En la seguridad de ese reciente lanzamiento estuvo ocupada Mychi, esta chiquilla que me encanta y que me ha dado la oportunidad de conocer de cerca una pequeña porción de la historia del esfuerzo humano por ir a la estrellas.

Mi madre hubiera querido ser astronauta cuando la palabra misma estaba rodeada de misterio y la exploración espacial daba sus primeros pasos, muy probablemente mi sobrina nieta lo será, tiene dos años de trabajar para La NASA y está en la edad, el tiempo, la pista y el lugar adecuados.

Yo fui a las estrellas.  Lo hice en un simulador espacial al final de mi breve recorrido por el Centro Espacial Kennedy.  Pasado el susto y el mareo que me produjo el cohete, el ruido cesó, quedé ingrávida y se abrió un cielo estrellado como nunca he visto, apareció SiriusCanopusVega, un cielo para vivir en él que guardo dentro mío sin reparos.

El pase de diapositivas requiere JavaScript.

Deja una respuesta

Introduce tus datos o haz clic en un icono para iniciar sesión:

Logo de WordPress.com

Estás comentando usando tu cuenta de WordPress.com. Salir /  Cambiar )

Foto de Facebook

Estás comentando usando tu cuenta de Facebook. Salir /  Cambiar )

Conectando a %s