En mi paso por el edificio del Museo Nacional de Historia Natural en Washington, siento las iridiscencias del diamante azul. Soy uno de sus infinitos tonos de luz buscando expandirme en ojos para ver y oídos para escuchar los relatos de Zaida y Lupe. Adaptable, cambiante, luminosa. Apenas tenemos hoy para conocer este sector de museos y áreas verdes. Tres días anteriores de reuniones de trabajo en el edificio de la PAHO en el centro gubernamental de Washington, me tienen con esta dispersión y necesidad de descanso.
Pregunto. La voz de Zaida es mágica. La risa de Lupe contagia. Timur entiende todo mientras refunfuña porque olió a una bella perrita cosmopolita.
Un tronco de árbol petrificado de hace millones de años y el trozo de un asteroide asientan mi iridiscencia vaga como la poesía y entonces soy historia sempiterna, Tierra, Vía Láctea, árbol, meteorito, todos con miles de labios contándome historias, cuentos, paisajes, epopeyas. Soy de esta civilización magnífica y errática.
