Para Abelino, mi hermano poeta, en dónde esté…
En Chinandega se cosechan las papayas más dulces que yo he probado, las más sabrosas del mundo, para decirlo sin remilgos. Son dulces por la acción del sol y porque las venden maduradas naturalmente.
Para Abelino, mi hermano poeta, en dónde esté…
En Chinandega se cosechan las papayas más dulces que yo he probado, las más sabrosas del mundo, para decirlo sin remilgos. Son dulces por la acción del sol y porque las venden maduradas naturalmente.
Miró la foto con estupor. En el centro, sentadas en un sillón de mimbre, las dos ancianas, viudas desde hace tiempo. A sus espaldas y de pie, sus hijas rodeándolas, cuasi abrazándolas. Tocándose, arrimadas, juntadas, apelotonadas. Siete mujeres, un solo cuerpo y casi, casi, un mismo destino.
Esos rostros frecuentados en los tiempos jubilosos de las mujeres retratadas se le acercaban y alejaban como en flash back. Gente de pueblo, buena, aseada, querible, bondadosa, noble: sus dos tías. Infantiles, candorosas, inocentes, amistosas: sus cinco primas.
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