Todo sonaba húmedo y espeso. Muchas lianas se movían a capricho del viento. Los ojoches, jaúles, robles y caobillas sacudían la humedad del rocío y una que otra enredadera, cruzada en su camino, alimentaba musgos y bromelias dormidas. No estaban las ardillas ni los chichiltotes, pero se presentían. Una rana saltó y otra también, la libélula voló en un santiamén, ambas hacia ese gran destino de su charco y su vida. Era un blues que llegaba hasta ella desde sus verdes, rojos, locos, amarillos, blancos y cafeces cuerpos.
Caminaba hacia el rio.
