Nunca vi un crepúsculo tan rojo como ese cuando regresaba de Matagalpa hacia Managua. Me conmocionan, desde que tengo uso de razón, los atardeceres. Y ese fue espectacular. Es ese diario y justo momento en que nazco y muero. Entonces no sé quién soy y me abrazo. Los atardeceres no se pueden poseer y tienen un modo de quedarse conmigo que me provoca un sentimiento de unidad, pérdida de conciencia o todo lo contrario, un instante de identidad con algo, vago y a la vez cognoscible como nube, pájaro, caracol, hijo, viento, árbol, libro, luz, pedacito de piedra, organización de mujeres, hoja, amante, playa, olla tiznada, incienso, beso, hija, madre, padre, multitud, abandono, esquina. Una esquina cualquiera para mirar desde su vértice. La vida.
El sol que se esconde en Matagalpa
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