Cuenta Ernesto Cardenal, en Las ínsulas extrañas de unas hormigas que en Solentiname las llaman las guerreadoras. Fue en los primeros meses de la construcción de la fundación de Solentiname, allá en los años 60. Aparecían, en la casa de la comunidad, esas hormigas negras y picudas en tremendos grupos compactos y entonces buscaban cómo matarlas con insecticidas, kerosene, lo que fuera, porque también picaban duro. Hasta que los campesinos les dijeron que las dejaran pasar, que esas hormigas hacían mucho bien porque barrían todo a su paso.
Efectivamente, se dieron cuenta que venía la marabunta, que así también les decían, cuando empezaban a salir de sus rincones las arañas pica-caballos, las culebras, los alacranes, las cucarachas, las ratas, que todas las alimañas huían al presentir su paso y las que no lo hacían, pues eran devoradas.
Despues la casa de madera y piso de tierra quedaba reluciente y fresca y la comunidad comprendió que las guerreadoras eran una bendición.