Hace calor, qué tiempo loco, dijo y guardó su edredón de frío, el grueso decorado con pequeñas flores de jazmín. El fuerte sol de ese día le hizo suponer que calentaría la noche pero el calorcito no alcanzó hasta la hora de ir a dormirse y tuvo que volver a sacar su edredón de frío, el grueso decorado con pequeñas flores de jazmín.
El viento también está loco. Se imaginaba los vientos alisios como una manada de lobos y el que ella sentía enfriar su casa era uno, inmenso, que exhalaba ráfagas húmedas, por eso se refería en singular al viento, este viento que enloqueció en el mar desde antes de llegar. Oía su silbar ir y venir a la zumba marumba estremeciendo al limonero y haciendo cimbrar el techo de su casa.
También Delia estaba un poco loca.
Circunstancias imprecisas se convertían en tensión en los músculos de su rostro; pensaba en el músculo Masetero que en su recorrido profundo llegaba hasta su oído. A veces también había tensión en el músculo orbicular de su boca. ¿Será esa la causa de que algunas viejas y viejos tengan la boca como culo de gallina? Con su tensión intentaba negociar una tregua y, con la vida, el milagrito que no se le pusiera la boca como culo de gallina.
El stress se le convertía en tensión. La tensión en dolor. Varios años atrás se le comenzó a manifestar un dolor muscular facial y un bom bom en sus oídos que anunciaba presión en el oído interno y se dejaba escuchar cuando el día quedaba en silencio y cual tectónica de placas se sumergía debajo de la oscuridad de la noche y la elevaba. La tensión, tan silenciosa como las cosas, tan leve como nada, la nada de la tensión y un dolor inequívoco.
En el pasado más reciente, dos crisis de vértigo le hablaban de la causa más posible: tensión en su mandíbula, frecuente tensión. Se cuidaba, a su manera, pero se cuidaba: automasajes en la zona y, algunas cada vez más frecuentes noches, un whisky antes de acostarse. Ayudaba.
Obviamente había algo de bruxismo a lo que también le ayudaba el whisky. Una noche, mientras dormía y estaba en ese momento cercano al despertar o quizá en un estadio del sueño REM sintió un mordisco en el lado izquierdo de la lengua, como si un cangrejo fantasma viviendo en la oquedad de su boca lanzara un certero atracón sin previo aviso; fue consciente entonces que sus mandíbulas podían travestirse en crustáceo y, desde ese día, se cuidaba al ir a la cama y ya en la cama, atendía los músculos de su cara, trataba de sentirlos, hablarles, relajarlos en los momentos previos al dormirse.
La felicidad es salud. Lo sabía. El bienestar es felicidad. Lo sabía. Pero no siempre se acomodaban esos parámetros internos que formaban su estructura psíquica a lo que vivía. No siempre había armonía entre ESO y aquello que llamaba felicidad. La felicidad: el cuerpo protegiendo el calorcito del sol que permanece imbatido por los alisios en enero, sin bruxismo, ni tensión facial, ni tinnitus.