Flor de caléndula

En el día en que mi hermana la tercera quedó viuda

Otro cuerpo a la tierra
y el silencio. 

Tirada en un sillón
quedó la viuda. 
Duelen las piernas
y pesan las arrugas.
Las bocas plañideras 
de sus poros parecen preguntarle
¿dónde está la que fuiste? ¿qué más esperas?
Se acabó aquel llamarla
urgido y doloroso
del marido que yace,
la limpieza de llagas
putrefactas,
la lavada de ropa interminable
y ese olor a peste de la casa.
¿Qué le queda? ¿Es final o es comienzo?

El abrazo de hermanas
se filtra con la luz, es un embrujo,
está vivo como flor de caléndula
abierta al tiempo que doliente pasa. 

Flor de madroño

Cuando nos acercamos al cementerio de Chinandega, ese martes 18 de enero, en el vertedero municipal, justo detrás, hacían una quema de rutina.  De ahí provenía una espesa y pestilente columna de humo negro que volvía más rudo el final de aquel cortejo fúnebre.

El paisaje caótico en la tierra que pisábamos, también lo era en el aire de las 11 de la mañana de ese pueblo fronterizo y caliente.  Un viento moderado se llevaba la nube negra en dirección contraria y, de forma intermitente, me permitía sentir un refrescante olor a madroño.  A flor de madroño puntualizó el poeta Pedro Rafael, quien también me alertaba sobre las mierdas de perros a lo largo de esos dos kilómetros de calle que, desde la Iglesia de San Agustín, en línea recta, nos llevaban, caminando, hasta el cementerio de la ciudad.

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