Recuerdo de la casa en la carretera hacia Rancho Redondo
Las luciérnagas iban llegando de a poco. Las estrellas de la constelación de Orión y la del Perro, y hasta Cirius, envidiaban su liviandad, su jugueteo. Asincrónicamente aparecieron sus palpitaciones luminosas entre el pasto, las bugambilias, las hortencias y los bambúes, justo cuando los pájaros aquietaron sus jolgorios y en el horizonte el valle se abrió dibujado por luces de ciudad. Una por una las luciérnagas, montoncitos de tres, de siete como las siete cabritas, están arriba, abajo, más abajo, allá, acullá, aquí mismo en los geranios…. ¡la noche nació palpitante!. Minutos antes era diferente: que si tres palomas volaban por encima de la ixora, que si aquellas golondrinas jugueteaban sobre la copa del aguacate y aquí, cerquita, los pecho-amarillos hacían temblar el frondoso laurel casi al alcance de mi mano, mientras maiceros y yigüirros se juntaron al concierto del sol que se ocultaba.
La tarde bulle de vida; es un momento de gratuidad: las luciérnagas…. los pájaros….. por allá Orión…. por aquí el sol ya se durmió….
Las pequeñas quiebraplatas de mi infancia son fiesta para mis pupilas mientras el corazón confirma que soy de este paisaje, con Luisa -la gata- como testiga, aunque ella esté más interesada en correr tras una mariposa que en dar cuenta de esta historia.