Ahora que, como decía mi madre, no hay santo en quién persignarse, Aunque nada perdure nos novela la vida de Edith Gron (1917-1990), escultora, extranjera y, al mismo tiempo, entrañable nica hasta el final de sus días.
Dar rostro y figura a Andrés Castro (1856) la lleva a desafíos y encuentros personales a través de los cuales se desliza con intensidad su propia vida en una Managua políticamente caótica como casi siempre. Y el valiente campesino, habiendo derribado al filibustero lanzándole una enorme piedra, quedó inmortalizado en otra piedra aún más grande: la tallada por Edith 150 años después de la Batalla de San Jacinto. Es la estatua que se yergue a la entrada de la Hacienda San Jacinto y que figura en los textos escolares nicaragüenses. Ambas acciones son épicas.